Super H, el hombre que se hizo río

“H” de heroísmo (emprender una travesía con altas probabilidades de morir), de honesto, de hazaña (nadar 1.528 km de longitud, 7.200 m³/s de caudal), “H” de hablar pero también de hacer, “H” de herencia (la de Capax, primera persona en Colombia en nadar el río Magdalena casi en su totalidad. Casi.), “H” de humildad, de hijo, de hombre, de Honda (¡los rápidos!, ¡los rápidos de Honda!), “H” de histórico (nadar el río Magdalena desde el Estrecho hasta su desembocadura en Barranquilla), “H” de humanista (profunda ética cívica, defensor de los derechos del río), “H” de honor, “H” de Honorio Muñoz Burbano, “H” de Súper H.

Por: Juan Guillermo Soto – Sara Espitia Alonso.

“No, no, no, yo no me sentía uno con el río. Yo me sentía el río. Yo era el río”, le dijo Wílber Honorio a su Familia, en el año 2010, en una cena organizada por ésta poco después de haber culminado, victorioso, su hazaña de nadar el río Magdalena, desde San Agustín Huila (Estrecho del Magdalena) hasta Barranquilla (Bocas de Ceniza), con el objetivo de protestar por el estado de contaminación en el que lo tienen los Colombianos, pero también para invitar a que se le cuide y respete.

Wílber Honorio Muñoz Burbano se graduó como Licenciado en Educación Física de la Universidad Surcolombiana en el año 2007; si bien ejerció la docencia, su espíritu rebelde, creador, transgresor, lo llevó a emprender otros caminos: junto con su pareja y cómplice crearon una escuela de natación, luego una de triatlón, nadó el río Magdalena dos veces en pro de su conservación, se inventó un súper héroe y luego lo encarnó para nadar el río en su segunda travesía, en pandemia entrenó triatlón sin más expectativa que la de estar en forma e incentivar a sus estudiantes: sin darse cuenta se convirtió en el mejor de su categoría, a nivel nacional, y ahora se irá a representar a Colombia en un mundial de triatlón llamado World Championship – Ironman 70.3, en Lahti, Finlandia. “Es que él, desde temprana edad, siempre ha sido una persona muy activa, muy fuera de lo común”, resalta su hermana Tania Patricia.

El niño de los limones

Pasca, Cundinamarca, 1986. Él tendría 6 años. Se lo pasaba en la calle jugando. Ese día, la familia del pequeño Wilber estaba en casa (que a su vez era la droguería en la que trabajaban). La mañana se daba sin contratiempos: tertuliaban, atendían el negocio, a lo lejos se oía el pregón de un vendedor de limones, el cliente que pagaba la tableta de Asawín se iba, la voz aguda y chillona de los limones se acercaba, la joven Tania guardaba el billete en la caja, el pregón del vendedor más fuerte y cercano, los Muños Burbano vieron a un niño enmarcado en la puerta de la droguería, iluminado por el sol de la mañana, cargado con bolsas de limones, ¿Wílber…?, ¡Wílber!, ¡usted qué hace vendiendo limones!      

“Él siempre ha estado haciendo cosas, cosas diferentes; es decir, diferente a sus contemporáneos, colegas, familiares, amigos… y si bien su vida se perfiló por el lado del deporte, aquella escena de los limones se repitió en varios momentos de su vida”, recuerda su hermana Tania, a propósito de cuando su familia llegó a Neiva; Wílber siempre se preocupó por rebuscarse su propia plata, “vendía música en CD, películas, en San Pedro cogía una neverita de icopor y se ponía a vender cerveza en la calle…”, recuerda Tania y señala que quizás por algo estudió un semestre de Administración de Empresas.

Era bueno pal rebusque y las finanzas, pero sin duda lo que más le gustaba eran los deportes. Jugaba fútbol, montaba bicicleta de cross con la que hacía piruetas, jugaba canicas, “era severo gamín. Y todo se le daba bien”, recuerda su hermana.

El amor por el deporte se lo debe a su padre, Honorio Muñoz, que siempre inculcó en sus hijos el tema de la vida sana. Su padre lo metía a todas las escuelas que podía. Jugó fútbol, hizo natación, ciclismo, triatlón, “él tendría por ahí 14 años; hablé con Coqui, entrenador de la Liga Huilense de Triatlón, y le dije que él quería este deporte. Su fuerte era la bicicleta. Si bien cuando entró a duras penas nadaba, poco a poco fue mejorando”, recuerda su padre.

El amor por la naturaleza también lo forjó en el seno de su familia, la cual tiene una finca dentro del Parque de la Cueva de los Guácharos, “en esta hemos luchado para que se conserve la selva y pare su tala. Yo me interesé mucho por cuidar allá la flora y la fauna, desde hace unos 30 años; mi hijo el ingeniero agrícola fue guardabosques, todos en la familia somos ambientalistas, pero lo fuerte de Wilber siempre han sido los deportes”, destaca su padre, Honorio.

Él quería ser médico. Luego, entró a estudiar Administración de Empresas, “pero no me gustó. Me enteré que en la USCO había educación Física. Yo ni sabía que existía esa carrera, ni sabía que había que estudiar en la universidad para ser profesor de educación física. Entré y me enamoré de la carrera. Desde luego practiqué diversos deportes, hice parte del equipo de natación de la USCO, entre otros”, aseguró Wílber Honorio. Sin embargo, pese a que su vida se daba en la senda del deporte, algo faltaba. Siempre algo faltará. 

“Río Magdalena, tu sangre va a correr”

Durante muchos años vivió muy cerca del río, en el barrio Villa Magdalena de Neiva. Con frecuencia iba a nadarlo con sus amigos del barrio. Tenerlo tan cerca y verlo tan contaminado, tan golpeado, en vías a su exterminio, “eso me confrontó desde mi quehacer como licenciado en educación física, como nadador, entonces se me empezaron a cruzar todos los cables, ¡juemadre!, yo siento que puedo hacer algo, ¡algo que deje huella!”; entonces, un día, se fue a nadar el río. Se fue con la pantaloneta de licra: mucho frío, corrientes en el cuerpo, no aguantó ni 3 kilómetros, la sensación de imposibilidad lo asechó. Empezó a investigar. Advirtió que alguien, Capax, por allá en los 70, ya lo había hecho, ¿cómo lo hizo? Poco a poco, en su mente, fue despejando obstáculos; luego, se compró un traje de neopreno y advirtió que con éste podía nadar distancias más largas.

“Mucho tiempo después, supimos que en ese proceso de investigar y de masticar la idea de nadar todo el río Magdalena, él se amarró una botellita plástica a la cintura, guardó allí algo de dinero, nadó parte del río y se quedó en algunos de los pueblos donde llegó. Ese entrenamiento fue su forma de pedirle permiso al río. Cuando hizo eso, nos contó después, él se sintió uno con el río, sintió la aprobación del río, por eso en la travesía llegó un momento en el que olvidó que era un ser humano que nadaba el río. Él era el río”, recuerda su hermana Tania.

Cuando tomó la decisión, le comentó a sus familiares y amigos. Si bien recibió el apoyo de todos ellos, al principio hubo resistencia, “no porque no confiáramos en que podía hacerlo, ¡sino porque podía morir!: él estaba empeñado en pasar por el Estrecho del Magdalena, pasar los rápidos de Honda, y un montón de dificultades más”, recuerda su hermana Tania. Sin embargo, sus familiares y amigos vieron su nivel de compromiso, sus 8 o 9 horas de entrenamiento nadando a diario, así que su padre, hermanos y amigos, se subieron al bus de esta travesía.

Capax lo hizo desde Neiva y él lo haría desde San Agustín. Pero su hazaña tenía objetivos claros: que el pueblo, los gobernantes, los niños, volvieran su mirada al río, que lo entendieran como un actor determinante en nuestras vidas. De igual forma, con su travesía, quería contar lo que pasaba en su cuerpo “sufrí infecciones en el cuerpo, tuve hongos, al tragar agua me solté del estómago… también la idea era mostrarle a la gente, con imágenes y videos de donde íbamos pasando, toda la contaminación del río; generar la consciencia del respeto tanto en los niños como en los gobernantes, para que el Estado ejecute planes y estrategias de cuidado del río, y que le exijan a las empresas que no lo contaminen con sus residuos y herbicidas”, afirmó Wílber Honorio.

Su primera travesía fue en el año 2010. Como fueron tantos los niños que salieron a recibirlo en los pueblos a los que llegaba en dicha travesía, años después decidió enfocar sus esfuerzos pedagógicos en esa población. Así pues, se inventó un super héroe cuyo principal poder era su amor por el río y su conservación su principal objetivo. Luego, lo encarnó: se pintó el pelo de azul, diseñó un traje, junto con sus amigos de la revista Asfalto Trazos Urbanos crearon un cómic, y, finalmente, en el 2013 volvió a hacer la travesía de nadar el río Magdalena pero ya convertido en Súper H. en el 2014 ganó el premio Titanes Caracol, categoría Sostenibilidad Ambiental, el cual le abrió muchas puertas para seguir llevando su mensaje de respeto y cuidado al río Magdalena, sobre todo en los niños. Luego, llegó la pandemia; con ésta, una nueva travesía. 

¡Se activaron los poderes!

Luego de las travesías por el río, y del trabajo pedagógico posterior a estas, en colegios, empresas, bibliotecas, Wílber y su esposa Viviana retoman su escuela de natación, que luego se convertiría en Escuela de Triatlón Súper H. En el 2020 llega la pandemia y Súper H se encierra a hacer deporte. A su vez, se inscribe en cuanta competencia virtual había; luego, de vuelta a la presencialidad, se inscribió en una competencia nacional de triatlón, en Guatapé, Antioquia, entre más de 200 competidores. Ganó oro. Se siguió inscribiendo en otras competencias nacionales. Lo empezó a ganar todo. En el peor de los casos, quedaba entre los 3 primeros. Hace unos meses se inscribió en el Iron Man de Cartagena y obtuvo el pase para el mundial World Championship – Ironman 70.3, en Lahti, Finlandia, categoría 40 – 44.

“De repente se activaron los poderes. Yo solo quería estar activo deportivamente, no tenía aspiraciones mayores. Pero al empezar a entrenar, fui subiendo de nivel. En esas carreras en las que me inscribí me di cuenta que tenía un nivel algo superior al resto de competidores. Entonces eso me motivó, me fui preparando más, y ahora clasifiqué a este mundial”, señala Súper H.

Asegura que haber enfrentado el río Magdalena le dio una fuerza mental increíble, “si un deportista no tiene esto, no llega lejos. Tener fuerza mental es creer que sí puede. Que le puede ganar a cualquiera. Y claro, una alta tolerancia al sufrimiento. De no tenerla, no va a mejorar. Cuando usted empieza a sufrir en el deporte, por lo general usted para. Pero es allí donde usted tiene que decirse: yo puedo más”.

Pero además de la fuerza mental, está la plata. Para ir a Finlandia, de manera autogestionada, necesita cerca de 30 millones de pesos. Para conseguirlos, ha recurrido nuevamente a la ayuda de su familia, amigos, a la gestión con empresas, trueques, tamaladas, lo que se pueda. Las ligas deportivas, los gobiernos de turno, las instituciones que han sacado pecho con él, siguen brillando por su ausencia.

Su mano derecha es su esposa. “Yo lo apoyo con sus entrenamientos, temas de alimentación, suplementos, equipo de ropa, sus cuidados. Si bien él entrena muy duro, 8 o más horas diarias, él sigue al frente del entrenamiento de los chicos de la escuela deportiva, y yo me encargo de todo lo administrativo. Sí, sus proyectos a veces pueden ser un poco locos o audaces. Por lo general aterrizamos la idea y empezamos a trabajarla, allí nos damos cuenta de su belleza, su impacto, no solo para nosotros sino para los demás. Sus ideas no son solo en beneficio personal. Cuando aterrizamos las ideas, me encuentro en ellas y las ponemos en marcha”, asegura su esposa.

Cuando llegue de Finlandia espera inaugurar la sede propia de su escuela deportiva (está terminando de construir una piscina de 20 metros, cerca de la avenida Inés García). Por lo pronto, a pocos días de su viaje, su entrenamiento es la prioridad. Aunque no fue su idea inicial cuando retomó su actividad deportiva en pandemia, ahora sí quiere ser campeón mundial. Sin embargo, quizás ni el oro en el mundial de Finlandia, ni los mismísimos versos de Jose Eustasio Rivera, puedan estar al nivel de otra gran hazaña lograda por Súper H: hacerse uno con el río.  

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